martes, 10 de mayo de 2011

ES ASESINO

El asesino se detuvo frente a la puerta, miro a ambos lados de la calle, esta estaba vacía. El viento invernal azotaba la ciudad de manera incansable. La noche presentaba una luna legañosa de nubes. Nadie lo miraba, eso le gusto. Apago su cigarrillo, lo aplasto contra la pared, luego guardo la colilla en su chaqueta.


Sus manos toscas, enguantadas, abrieron la puerta lentamente. Esta no hizo el menor ruido, las bisagras estaban en buen estado. Aceitadas. Su sombra se alargo por la estancia gracias a la luna. Cerró la puerta tras de sí. Estaba oscuro, era una sala sencilla, un par de sillones, una mesa de centro, tres cuadros de naturaleza, un par de fotografías, un centro de entretenimiento, algunas figurillas de cerámica. Se quedo quieto esperando que sus ojos se adaptaran a las sombras. Cuando lo hizo recorrió el lugar con la mirada. Cuidadosa y lentamente camino, casi de puntitas, hacia un sillón. Se dejo caer pesadamente. Se agarro la cabeza con ambas manos, como queriendo aclarar sus ideas. Se quito los guantes, los guardo en otro bolsillo de su chaqueta. A parte del viento no se escuchaba ningún otro ruido, la noche parecía totalmente en calma. Como muerta.


Empezó a respirar agitadamente, trato de calmarse, no quería que nadie advirtiera su presencia. Se levanto, se dirigió hacia un hueco en la pared, una puerta. Daba a la cocina, una mesa, estufa, refrigerador, una cocineta chica y una maceta aburridamente en un rincón. Abrió el refrigerador, la luz ilumino su rostro, sus ojos brillaban furtivos, como de lobo, su boca era solo una mancha bajo el bigote, estaba picado de viruela, la nariz era grotesca, roja a causa del frio y del whisky, asomaban unos pelillos por cada fosa. Cogió el galón de leche, dio un buen trago, se limpio la boca con el antebrazo, volvió a beber. La leche estaba fresca. Eso lo animo a sentirse bien. Seguía rodeado de sombras, parecía que la casa estuviera vacía, quiso comprobarlo.


Guardo la leche, cerró el refrigerador, camino de vuelta a la sala, era un profesional, parecía no pisar el suelo, flotar o deslizarse sobre hielo. Con los ojos ya acostumbrados a la poca luz se dirigió a otra puerta, se detuvo un momento, como si dudara, alargo su mano giro la perilla, empujo, se abrió fácilmente. Dentro dos pequeñas dormían en camas gemelas, abrazadas a un peluche. Una parecía tener unos siete años, la otra un par menos. Eran lindas, de cabello negro y piel blanca, camino hasta quedar en medio de las camas, miro largo rato a la mas grande, luego giro hacia la otra, le parecieron tan frágiles, pensó que matarlas no le llevaría nada de trabajo. De igual forma a como entro, salió, cerró la puerta cuidando no perturbar su sueño.


Siguió caminando por la casa, se sentía con confianza, era el mejor en lo que hacía. Cruel, silencioso, rápido y efectivo.


Algunas veces el mismo se decía que no tenia corazón, casi llegaba a asustarse de las cosas que había hecho. Sus ojos parecían casi bondadosos, entonces miraba todas y cada una de las caras de sus víctimas. Por un par de semanas lo asaltaban en sus pesadillas, pero luego regresaba su realidad, sus ojos recuperaban la fiereza. Las pesadillas se iban y sus víctimas eran solo otra estadística, para alguien más.


El asesino abrió otra puerta, en la cama dormía una mujer, estaba de costado. El solo miraba su cabello, y adivinaba su espalda bajo las cobijas. Con pocos pasos llego hasta la cama. Se quito la chaqueta y la dejo caer sobre la alfombra, luego se sentó sobre la orilla de la cama, cuidando de no despertar a su ocupante, se inclino un poco, se quito cada una de sus pesadas botas, las empujo con un pie bajo la cama. Volvió a levantarse, de una manera que podemos llamar delicada, levanto las cobijas, se metió en ellas, la cabeza sobre la almohada, un escalofrió le recorrió el cuerpo.


Su brazo derecho se deslizo como tocando fuego, era un brazo fuerte. Su dedo índice estaba listo siempre para apretar el gatillo. Se abrazo a su mujer, sintió el calor de su cuerpo, su palpitar. Pensó en sus hijas, durmiendo en la otra habitación, se sintió contento. A veces eso lo hacía reconciliarse con el mundo.

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