jueves, 10 de febrero de 2011

Me dueles
En las noches me despierto con un dolor en el costado
Abrazado a tu ausencia, entre sabanas olvidadas
Como si me faltara algo
Entre Sombras que asemejan fantasmas, bailando de madrugada

Y me duele tu recuerdo, Me quema por dentro,
Me duele esta cama vacía, la noche eterna, la mañana que le sigue
Me duele tu foto en el buró, tus objetos olvidados
El sonido del despertador, el tener que levantarme

Sigo la misma rutina, abrir el agua caliente
Bañarme, luego el cepillo de dientes
La camisa planchada, los zapatos lustrados
Frente al espejo peinarme

Y me duele tu ausencia, tu aroma en la habitación
Estas cuatro paredes, que me hablan de ti
Que me recuerdan que ya no estas
Y me duele no tenerte, la soledad que el espejo me devuelve

Salgo a la calle, a tiempo en el trabajo
¡Buenos días! ¿Buenos días?, Si supieran
La hora de la comida, pero últimamente
Ni siquiera he comido bien

Y me duele no verte, tu que siempre estabas aquí
Compartiendo la comida, el momento
Compartiendo nuestras vidas
Como ha pasado el tiempo……………..

Fin de la jornada, vuelvo a casa
En medio del tráfico, te pienso a cada momento
Esta ciudad es tan grande, el mundo inmenso,
Yo estoy aquí, ¿pero tu en donde?

Y me duele que no estés para recibirme
Que no haya nadie esperándome
Me duele que la vida siga, como si todo fuera fácil
Como si no te hubieras ido

Me dueles, como no tienes idea
Con un dolor más fuerte que mis ganas
Un dolor con todas sus letras
Con un dolor de muerte.

miércoles, 9 de febrero de 2011

LA CHICA MAS LINDA DE LA CIUDAD








Era un sábado como cualquier otro, tan gris como cualquier otro.
Llevaba varios días sin salir de casa, aun seguía metido en mi unilateral guerra contra el mundo. Era tarde, y aun seguía en cama, sin comer y sin ganas de salir a ninguna parte.
Pronto recordé que había un tipo que me debía algo de dinero, era un buen momento para visitarlo.
Me puse un pantalón sucio, los zapatos gastados y aquella camisa negra que siempre usaba, siempre me ha gustado el color negro, me hace sentir bien.


Mi padre ya me había advertido, debía encontrar trabajo o me echaría a la calle, me había gritado que no pensaba seguirme manteniendo, de cualquier forma, con trabajo o sin trabajo, el terminaría echándome. Estaba cansado de mi.
También yo estaba cansado de mí.


Me senté un rato sobre la cama, frente al espejo. Podía ver mi rostro. No me había afeitado en días, abrí la boca y vi mis dientes manchados, ese color amarillo gastado
en todos mis dientes, acumulado durante años de no cepillarlos. Yo no era un tipo guapo, ni siquiera bien parecido, pero estaba consiente de ello, y no me causaba problema.
Me eche hacia atrás con las manos sobre la nuca, entonces volví a pensar un poco en el suicidio, de la forma en la que todos lo hacemos, como esa puerta segura de escape, pero no muy decorosa.
Pero la idea escapo rápido de mi cabeza, después de todo siempre he sido un cobarde.


Antes de irme pase al baño a mear, me eche un poco de agua sobre la cara, luego me seque las manos sobre el pantalón.
Antes de salir aplaste una cucaracha que trataba de esconderse entre el retrete y pedazos de papel sanitario que habían caído al suelo.
Salí rápidamente, dando grandes pasos hacia la puerta principal, no quería ver a ninguna persona antes de salir de casa.




El sol lastimo un poco mis ojos, me cubrí con una mano, mientras trataba de recordar el camino a la casa de Pedro, hacia un calor de los mil demonios, de pronto se me antojo una cerveza. Empecé a caminar, eran unas ocho calles hasta donde tenia que ir.
Pero una tarde, en un sábado de verano y el cuerpo reclamando una cerveza, bien valía las ocho calles.
No tarde en encontrarme con la primera persona, una señora que llevaba de la mano un niño pequeño de unos tres o cuatro años, era una señora gorda, con grandes brazos y el pelo rizado, con una cabeza redonda y tres papadas que le tapaban el cuello, usaba una blusa verde y un pantalón deportivo gris, caminaba de prisa. Ella ni se fijo en mi, pero el mocoso me enseño la lengua. Eran los primeros seres humanos que veía en días, y no me sentí mejor.






Conocía a este sujeto, gracias a que mi padre me había mandado alguna ocasión a ayudarle en un trabajo, gracias a eso cada vez que el necesitaba un ayudante al cual pudiera pagarle una miseria, me buscaba, yo siempre terminaba aceptando, mas que por ganas era por que mi padre siempre estaba presente, y de haber dicho que no una sola vez
Me hubiera corrido de la casa.
Y yo necesitaba un techo y una cama, necesitaba un lugar donde esconderme.


Habíamos hecho ese trabajo juntos, no era gran cosa, pero necesitaba el dinero, tanto como una cerveza


Pedro no me agradaba y yo no la agradaba, para el era solo mano de obra barata, un imbecil que le ahorraba el trabajo pesado. El para mi no significaba nada, sin embargo el veia en mi a un ser inferior a el.


Esa clase de personas necesitan a gente como yo, que les haga sentir que no son tan miserables, que después de todo no es tan malo, tener una vida “normal”.
Por que personas como yo representa para ellos lo mas bajo de la humanidad, gente, sin ambiciones, sin metas, sin valor.


Pero el era mas miserable que yo, esclavizado a un trabajo rutinario, atrapado en sus deudas, en una telaraña de recibos y obligaciones.


Llegue hasta su casa, lo encontre regando su jardin.




Le eche una mirada, el también me observaba




─ Que hay Pedro - le solté-


─ Nada nuevo


(Silencio)


─ Donde te habías metido. – Por fin pregunto-


─ he estado haciendo algunas cosas


Mostró una sonrisa burlona, sabia que yo mentía.


─ me han ofrecido un trabajo, ¿que dices?


─ Tal vez


─ debes decidirte o encontrare a alguien más


─ eso estaría bien


─ así será


─ Oye, tendrás el dinero del trabajo anterior, el viejo me a echado a la calle


─ Tal vez deberías ayudarme en este trabajo que me ha salido


─ Ahora mismo analizo otras opciones


─ Bien como quieras


─ Tendrás el dinero?


─ Solo esto


Metió sus manos a su bolsillo, y saco un par de billetes arrugados, era menos de la mitad de lo que me debía, tome el dinero y me despedí.


─ Esta noche pensare lo del trabajo.


No contesto. Observo como me retiraba, vio mi ropa sucia y gastada, mi cabello despeinado, mi barba crecida.
Se paso una mano por la cabeza, esbozo una pequeña sonrisa y entro, se acomodo en su sillón preferido, frente a su televisor de cuarenta pulgadas, que había comprado a crédito y que aun debía. Ahí, justo ahí, mirando el noticiero nocturno,
Gastaba sus horas libres.


Camine las dos calles hasta la parada del autobús. La tarde se estaba acabando y la noche se presentaba con aquella luna llena, iluminándolo todo desde el cielo.




Metí las manos en mi bolsillo. saque los billetes, no era mucho, pero podría comprar un par de cervezas, de pronto me sentí bien, y no se porque, solo se que me sentí bien.
Dibuje una sonrisa, patee una lata que estaba sobre la banqueta, eso asusto a un gato, que buscaba comida entre la basura, era un hermoso gato, no me gustan los gatos, pero ese era un buen gato, uno grande, de pelo blanco y un poco de café, de orejas puntiagudas y una larga cola. Un gato vagabundo. Buscando migajas, entre papel sanitario, envolturas de regalo, cáscaras de huevo, algunos pedazos de verduras, tal vez algún hueso. Buscando comida entre bichos, gusanos y cucarachas. Tal vez aquella noche disfruto una buena cena.




Conocía un bar cerca del centro, un lugar de baja categoría. Para obreros y vagabundos, ladrones de poca monta y putas baratas. Me gustan esos lugares. Un lugar para perdedores.
Soy uno de ellos.




Llegue a la parada del autobús, un par de obreros esperaban también. Con sus uniformes azules, sus gafetes colgados de la solapa, y con esa marca de derrota en el rostro. Sabia como se sentían, yo también había trabajado en una fábrica de esas. Donde te explotan por nueve horas. Te hacen trabajar como maquina y aprendes a esperar el día de pago como si fuera la navidad. Pero solo recibes miserias, mientras los ejecutivos con sus grandes barrigas, se dan la buena vida, con sus finas mujeres. Todo a costa nuestra.




Llegaron después dos jóvenes, parecían estudiantes, un hombre y una mujer. Me pidieron un cigarro. Les dije que había dejado de fumar, aproveche para ver de cerca a la mujer. Era una linda chica, tal vez exageraba en el maquillaje, pero tenia lindos ojos. Siguieron caminando. Los seguí observando hasta que los devoro la noche.




Llego el autobús. Empezamos acercarnos a la puerta. Tuvimos que esperar mientras otros bajaban. Al fin subimos. Me acomode en un asiento. Junto a la ventanilla. Poco a poco se comenzó a llenar. Hombres y mujeres. Con los rostros cargados de preocupación, de cansancio. Con los cuerpos agotados. Los brazos caídos, podías mirar en sus ojos la derrota.




Me deprimí un poco. Sentí lastima por todos ellos.


El camino se me fue haciendo largo. Comencé a desesperarme. La idea de volver empezó a tentarme.


De pronto la vi. A unos cuantos pasos de mí. Tomada de un asiento para sostenerse, parada cerca de la puerta del autobús. La chica más linda de la ciudad.


Era hermosa y no podía dejar de mirarla, parecía que una fuerza, atrajera mi mirada hacia ella. Yo me encontraba a dos asientos de donde ella se sostenía.
Casi frágil, casi ausente, casi poesía.
Parecía que una galaxia entera brillaba dentro de ella.
Resplandecía, no se si era el efecto mortecino de la luna, o el neón de los anuncios de la acera. Ella resplandecía y yo creí que un ángel debería verse así.
Le invente un nombre. “Elizabeth”. En medio de mis pensamientos imagine una vida con ella. Pude incluso probar sus besos.
Llevarla al cine. Caminar juntos de la mano. Imagine una pequeña casa, la cual compartíamos, un par de hijos y un perro. Una vida juntos y al final morir de viejos.


Su rostro era perfecto. Un par de ojos con grandes pestañas, una nariz pequeña y unos labios delgados. Enmarcado por ese largo cabello negro.
Era delgada, casi de mi estatura. Llevaba una maleta pequeña junto a sus pies.
Bestia una blusa roja, un pantalón negro entallado, y unos curiosos tenis rojos.


La ame en el acto, ame sus grandes ojos, grandes como platos, y negros, tan negros como un futuro conmigo. Ame su cabello, igual de negro, su tenis rojos. La ame completamente. Toda. Ella toda.


Los demás hombres también la observaban. Yo sabía que ella era algo inalcanzable. Chicas como ella no se enredan con tipos como yo. Todos en el autobús lo sabían. Todos habían advertido su belleza. Ella parecía darse cuenta que era un ser superior, pero seguía ahí. Tomada de aquel asiento. Tan natural, tan bella.




Sentí deseo de hablarle. De conocer su nombre, pero no me atreví, jamás hubiera conseguido decirle algo. Solo la observaba y lo demás dejo de importarme, solo existía ella y nada mas.


Ella ni volteo a mirarme. Iba callada con la vista fija hacia la calle, a través de la ventanilla.


De pronto me pareció ver una sombra de tristeza en sus ojos,
Como si algo le doliera. No algo físico. Algo más importante, más doloroso. Imagine que tal vez abría peleado con el novio. Tal vez lo abría encontrado con otra chica. Y ella estaba sufriendo. De nuevo quise acercarme. Tal vez yo podría consolarla.


Trataba de encontrar una razón para hablarle, se me ocurrió preguntarle la hora. Solo que no traía reloj.


Algo referente al camino. Algo acerca de su maleta. Ninguna me pareció buena idea. Nunca he sido bueno hablando. Menos con las mujeres.


Decidí que cuando ella bajara yo bajaría tras de ella y me ofrecería ayudarla con su maleta. Luego me pareció mala idea. Por mi aspecto, quizás creyera que trataba de robarla.
-Chicas como ella no se enredan con tipos como yo- volví a repetirme. Lo mas que podía aspirar era verla de cerca, maravillarme con su deslumbrante belleza, la observe palmo a palmo, quise grabarla en mi memoria. Para cuando no la tuviera cerca.


El autobús hizo una parada y ella bajo, yo me quede ahí, mirando como se perdía en la noche, me quede absorto, enfermo de tristeza, me sentí tan vació, tan indigno y odie el maldito autobús, mi maldita vida y al maldito mundo, había perdido a la única mujer que había amado en la vida, esa noche, ella sin desearlo, sin siquiera saber que yo existía, me partió el corazón y se llevo una parte, la mejor de todas.


El autobús siguió su camino, unos minutos después baje, quise caminar un poco.
Tal vez el viento fresco me calmara un poco. Vi alejarse el autobús, lo vi confundirse en el trafico nocturno y con el desaparecieron mis esperanzas.


Al fin estaba frente al bar, dude en entrar, quizás debería cambiar mi vida, - pensé-
Algo me dijo que era demasiado tarde, jamás volvería a encontrarla. Al cruzar la puerta me golpeo el aroma a sudor, a cigarrillos y alcohol barato, por fin aquella noche volví a sonreír. Estaba en mi ambiente.

Camine hacia la barra y me senté, una mujer algo vieja, con exceso de maquillaje, tratando de disimular el tiempo y las arrugas que deja, me dio la bienvenida, saque un billete arrugado y pedí una cerveza. Unos segundos después la tenia frente a mi, la botella estaba fría, dentro podían verse las burbujas ansiosas por salir. Detrás de la mujer había un gran espejo podía verme claramente reflejado en el. Quizás después de todo yo no estaba del todo tan mal.

Cerré los ojos por un momento, mi cabeza se lleno con su recuerdo, “Elizabeth”.
Le dije adiós en el pensamiento.
Esa primera cerveza la brinde en su honor.